Barcelona tiene un nuevo epicentro gastronómico, y se llama Nuara. Situado en el renovado Balcón Gastronómico del Puerto Olímpico, este restaurante es un statement en sí mismo: fusión de alta cocina mediterránea, producto de primera, y un interiorismo que convierte cada visita en una experiencia sensorial completa. Desde el momento en que cruzas sus puertas, sabes que aquí se viene a comer bien, pero también a sentir.
La primera impresión lo dice todo. El equipo, impecable, nos recibe con la hospitalidad que define a los grandes templos gastronómicos. Pero no es solo la atención, es el ritual. Antes de que empiece el festín, desfilan ante nosotros las piezas de carne y pescado fresco sobre una elegante bandeja, como si de una ceremonia se tratara. Aquí no hay sorpresas, solo certezas: el producto es el rey.

Carta top, bodega aún mejor
La experiencia se magnifica con una carta de vinos que es un verdadero viaje. Lo primero que llama la atención es la presentación: una tablet que despliega con detalle cada referencia. No hay listas interminables en papel, sino una navegación intuitiva que te permite conocer al detalle cada propuesta.
La tecnología se encuentra con la tradición, porque a la hora de elegir, el sumiller entra en escena. Xavi Nolla y Jaume Folguera han curado una selección que es puro respeto por la viticultura. La apuesta por vinos catalanes es clara, aunque con guiños a grandes referencias nacionales e internacionales. Es el maridaje perfecto para una cocina que se nutre del fuego y del mar.

El sabor como protagonista
La carta de Nuara es un homenaje al Mediterráneo, con el sello de la brasa como hilo conductor. No hay concesiones, aquí se viene a disfrutar. Entre los entrantes, los puerros escabechados con meunière de ceps, avellanas y brotes destacan por su equilibrio de matices terrosos y ácidos.
La ostra Guillardeau nº3 con fruta de la pasión es un bocado que encapsula el espíritu de la casa: frescura, contraste y sutileza. Pero si hablamos de intensidad, el tartar de atún Balfegó con stracciatella y pistachos es una obra maestra de texturas y equilibrio.

Y luego llegan los grandes platos. El morro de bacalao confitado con vichyssoise de calçots y alcachofas es pura melosidad, y el mogote de cerdo ibérico con puré de apionabo y setas de temporada es el ejemplo de cómo la tradición puede reinventarse sin perder su esencia.
La sección de arroces, como era de esperar en un proyecto de la Familia Nuri, no decepciona. El arroz mar y montaña con calamar a la brasa, panceta ibérica y ceps es un plato que lo tiene todo: mar, tierra y un fondo rico en matices.

Un espacio que enamora
Pero Nuara no es solo una cuestión de sabor. El espacio es una declaración de intenciones. Interiorismo cuidado hasta el más mínimo detalle, obra de Raquel González en colaboración con el estudio de arquitectura Sánchez Guisado, que ya han trabajado en restaurantes icónicos como Enigma o Tickets. Materiales nobles, tonos cálidos, juego de luces perfecto. Todo está pensado para que la experiencia sea inmersiva, desde la estética hasta el último bocado.
Y luego está la terraza. Una joya con vistas al Puerto Olímpico, al Mediterráneo y a los yates que se mecen con la brisa marina. Es el lugar donde el tiempo se detiene y la sobremesa se alarga sin prisas, con una copa en mano y la sensación de que en Barcelona, por suerte, siempre hay un nuevo ‘place to be’, y se llama Nuara.
