En su décimo aniversario como director creativo de Louis Vuitton, Nicolas Ghesquière llevó a la pasarela una colección que explora su conexión personal con el Renacimiento, época que lo ha influenciado desde su infancia en el Valle del Loira. Sin embargo, en lugar de anclarse en el pasado, Ghesquière logró mezclar esa estética histórica con elementos modernos, creando una fusión única que desafía las expectativas de la moda actual.
El desfile se abrió con una serie de chaquetas que destacaban por sus mangas abullonadas, cinturas ajustadas y dobladillos con peplum. Pero fueron las piezas que las acompañaban—como los pantalones ciclistas y las sandalias gruesas—las que devolvieron los looks al presente. Esta combinación de estilos antiguos y actuales mostró la habilidad del diseñador para equilibrar lo estructural con la fluidez.
Ghesquière comentó en una entrevista reciente que “si no te pones en peligro estético cada temporada, no estás jugando el juego de la moda”. Con este enfoque, trabajó en esta colección junto a los dos talleres de Louis Vuitton, uno especializado en la confección de ropa fluida y otro en prendas más estructuradas. El resultado fue una mezcla dinámica que rompió los límites entre lo que es ligero y lo que es arquitectónico.
El gran momento del desfile llegó al final, con una serie de chaquetas desestructuradas adornadas con pinturas del artista francés Laurent Grasso. Estas piezas, inspiradas en su serie Studies Into the Past, presentaban fenómenos modernos insertados en obras al estilo renacentista, lo que subrayó la perfecta colaboración artística entre moda y arte.
Para culminar, Ghesquière presentó un bolso «generacional», una propuesta fresca y más casual en contraste con la riqueza de los looks. Este bolso, menos estructurado que los tradicionales de Louis Vuitton, capturó el «poder suave» que buscaba el diseñador y reflejó su habilidad para innovar continuamente en la icónica casa de moda.