Un escenario lleno de historia y simbolismo. El icónico Grand Palais de París se transformó en un mundo etéreo, dominado por una escultura en espiral que se elevaba hasta el techo de cristal, simbolizando el icónico lazo de Chanel. Entre los invitados, se veían siluetas vestidas en tweed y con lazos de satén en el cabello, un guiño a los detalles que marcarán esta temporada.
Una reinterpretación de los clásicos
La colección comenzó con una serie de trajes sastre reinventados, adornados con capa de tul flotante y blusas de mangas abullonadas, aportando un aire etéreo a la estructura clásica de Chanel. La influencia de Karl Lagerfeld se hizo evidente con camisas de cuellos altos y puños acentuados, reminiscentes de su inconfundible estilo.
Las siluetas más fluidas contrastaron con abrigos y trajes de charol de alto brillo, fusionando la sofisticación parisina con una estética futurista. La maison también exploró nuevas texturas, con improntas de tweed en seda trompe l’oeil y «jeans» de chiffon translúcido que flotaban como medusas alrededor del cuerpo.
Un cierre con visión atemporal
El desfile terminó con un impacto visual y sonoro: una combinación de violines clásicos y ritmos electrónicos, una metáfora perfecta de la esencia atemporal y vanguardista de Chanel. En una escena final que evocó teatralidad pura, los modelos se alinearon mientras la escultura en espiral cobraba vida con un juego de luces hipnótico.
Chanel dejó claro que, a las puertas de una nueva era, su legado se mantiene firme: una casa de moda donde la tradición se encuentra con la innovación, y donde cada colección es un homenaje vivo a su historia.