Pharrell Williams volvió a sorprender con su visión para Louis Vuitton, esta vez presentando una colección que mira hacia el Este con respeto, profundidad y un agudo sentido estético. El 24 de junio, la firma francesa transformó el Centre Pompidou en una pasarela mística donde el juego de la vida cobró forma a través del mítico tablero indio Snakes and Ladders, reimaginado en una instalación monumental por el arquitecto Bijoy Jain de Studio Mumbai.
Más que una escenografía, este espacio fue un escenario filosófico, un tablero metafórico donde las piezas —los modelos, los trajes, los colores— se movían como jugadores en busca de ascenso y redención. Esta narrativa, profundamente ligada a la tradición india, impregnó una colección donde el viaje, la espiritualidad y la elegancia se tejieron en cada look.
Desde el primer paso en la pasarela, quedó claro que Louis Vuitton ya no es únicamente una casa de moda: es una plataforma cultural. Williams ha insistido en ampliar los códigos del lujo, llevándolos hacia una conexión global que hable de colaboración, de respeto entre culturas y de una visión más holística del diseño.
Si en sus primeras propuestas evocaba sus raíces en Virginia o trabajaba con comunidades nativas americanas, aquí se sumerge en el tejido artístico y simbólico de la India contemporánea.
El vestuario masculino presentado redefine el término sastrería. Los trajes, aunque de corte clásico, aparecen enriquecidos por bordados de inspiración joyera, hilos dorados, lentejuelas o motivos florales, ejecutados con maestría por artesanos indios. La paleta cromática oscila entre tonos tierra, beiges cálidos, amarillos empolvados y azules desgastados, proyectando una imagen serena pero rotunda.
Los accesorios fueron protagonistas: maletas icónicas reinterpretadas con tachuelas tradicionales, joyería inspirada en deidades, gafas de sol con monturas esculturales y bolsos tipo tote bordados que parecían reliquias modernas. Cada pieza hablaba de un encuentro entre culturas, de un pasado transformado en presente, de una sofisticación que no busca ostentar, sino emocionar.
Uno de los momentos más destacados fue el tratamiento dado a los tejidos y pieles. En lugar de superficies pulidas, las prendas parecían vividas, desgastadas por el tiempo, con acabados al sol, quemaduras controladas y texturas rotas. Esta decisión —tan inusual en el universo del lujo— resultó ser una declaración poderosa: el lujo también puede abrazar la imperfección cuando está cargada de intención y belleza.
La primera fila fue un espectáculo aparte. Spike Lee, Karol G, J-Hope, Bradley Cooper, Beyoncé, Anok Yai, Jules Koundé y Jackson Wang, entre otras celebridades, asistieron a este ritual de moda y cultura, consolidando el estatus transversal y magnético de Pharrell Williams en el universo de Louis Vuitton.