Miuccia Prada y Raf Simons han vuelto a desafiar las normas establecidas con su colección Otoño 2025, presentada en la Semana de la Moda de Milán. En un juego de contrastes, la firma ha explorado la dualidad de la feminidad combinando la elegancia con un aire desenfadado, reflejado en faldas estructuradas acompañadas de peinados desordenados y texturas inesperadas.
La propuesta de Prada y Simons navegó entre lo refinado y lo caótico, con vestidos negros holgados que evocaban una estética relajada y faldas lápiz de cuero grueso con enormes bolsillos, pensadas tanto para el ámbito laboral como para sustituir la necesidad de llevar bolso.
La colección abrió con vestidos de corte amplio hasta la rodilla, seguidos de voluminosos abrigos de pelo combinados con prendas inferiores mínimas y suéteres caídos con grandes botones y cuellos estructurados. En una sutil distorsión de formas y proporciones, se presentaron faldas de pijama, vestidos de línea A con estampados florales y lazos, y faldas arrugadas que parecían haber sido sacadas de un armario sobrecargado. “Nos preguntamos: ¿qué es lo femenino? ¿Qué es la belleza femenina hoy en día?”, reflexionó Miuccia Prada sobre la colección.
En cuanto a los accesorios, Prada reafirmó el dominio del bolso de asa superior como el complemento estrella de la temporada, pero también incorporó la joyería en la ropa. Los detalles incluyeron cuellos tejidos con incrustaciones de pedrería, tops tipo tubo adornados con gemas y collares en forma de perlas y motivos florales suspendidos en cadenas Art Déco. Un abrigo gris oversize cerró el desfile con botones de perlas que evocaban broches de los años 50.
Los códigos de la feminidad también se exploraron a través de siluetas que oscilaban entre la niñez y la adultez: tops halter de flores inspirados en trajes de baño combinados con chaquetas cortavientos y faldas de gran volumen. Los trajes de falda aportaron un toque formal, mientras que abrigos de textura plástica con detalles de piel y chaquetas entalladas con cinturón sumaron sofisticación.
El calzado jugó con la disonancia estética: zapatillas desgastadas, mocasines, tacones puntiagudos con lazos y botas de cuero grueso con dedos descubiertos. En la paleta de colores, tonos corporativos como el gris y el azul se contrastaron con borgoña, escarlata y un llamativo abrigo arrugado en chartreuse. Un conjunto destacó por su combinación de una blusa de pijama, una falda que simulaba estar hecha con una camisa de botones, un abrigo oversize y zapatillas blancas sucias.