Un negocio multimillonario. Así es el segmento más exclusivo de la moda que se reivindica como un sector vanguardista, fundamentado en los pilares tradicionales de hecho a medida, creatividad, innovación y trabajar con artesanos y ateliers.
La última edición de la Haute Couture Week, pone de relieve la rentabilidad y la vigencia de esta pasarela, no exenta de polémica a causa del lento relevo generacional y de su rigidez normativa, que algunos catalogan de excéntrica y excluyente.
Polémicas aparte, se estima que la alta costura tiene 5.000 clientes reales alrededor del mundo. Son pocos, pero con el potencial económico suficiente para crear una industria valorada en 11.500 millones de dólares en 2021 y con una previsión de crecimiento que sitúa esa cifra en 13.500 millones para 2028.
Hay que precisar, que la alta costura cuenta con una regulación especial, que pone de relieve la excepcionalidad de este sector en el acervo cultural e industrial de Francia. Desde la época real, la haute couture se promueve y se protege como un sector singular, al servicio de la innovación en moda y bajo una dirección artística sensible a la artesanía.
En este marco, los desfiles se celebran en lugares históricos, en imponentes salones o en localizaciones emblemáticas de prestigio arquitectónico y con gran arraigo cultural. El precio medio estimado por cada pieza es de 100.000 €, y en el caso de los vestidos de novia la cifra se puede multiplicar por tres… o incluso más.
Lo apasionante de este sector es que pone sobre la pasarela piezas hechas por artesanos con técnicas ancestrales, que dan vida a diseños que son una obra de arte en sí mismos.
En esencia hablamos de una industria que es un laboratorio en el que se presentan innovaciones tecnológicas y de gran impacto mediático; sus efectos son entre otros, la capacidad de influencia, e inspiración creativa en las colecciones de prêt à porter de firmas de lujo e incluso de gran distribución.
